Carta de México: el reto del intelectual
La nobleza del espíritu
Hace unos años me llamó la atención un artículo publicado en la revista Letras libres llamado “Fe, ética y verdad en el siglo XXI”, artículo firmado por un autor desconocido para mí, en aquel momento: Rob Riemen. El artículo lograba hacer un panorama desolador, sin embargo real, de nuestra sociedad contemporánea sobre la perdida de los valores y el apego. A esto el autor le llamaba la cultura Kitsch, descrita como una “sociedad donde la única meta es lo agradable y donde se ignoran los valores absolutos de lo espiritual”. El valor del artículo consiste en el hecho de que Riemen no nos deja naufragar en este ámbito de la “cultura” de lo utilitario, del sin sentido, sino que nos dirigue con su discurso hacia aquello que podría representar la última salvación: la nobleza del espíritu entendida como la tarea de educarnos en la práctica de las virtudes. Afirma en este sentido: “necesitamos una educación liberal, educación en el espíritu de las humanidades, pues la esencia de esta liberación nos hará libres: necesitamos vivir una vida que no esté guiada por el miedo, el prejuicio, la estupidez, la lujuria, la obediencia, sino por la nobleza del espíritu, la dignidad humana, la verdadera libertad”.
Sin saber mucho en aquel momento sobre el autor de estas ideas, sentí una empatía brutal con sus palabras, ya que eran la síntesis de todo aquello que desde Sócrates y Platón hasta nuestros tiempos, los filósofos y escritores han tratado de heredarnos: la cultura. Encontre en las palabras de Riemen, resumido con inteligencia, un mensaje esencial: sin formar nuestro espíritu mediante las humanidades (es decir, mediante la lectura, la música, el teatro, la pintura, etc.) no podemos hablar de libertad, de comprensión, de apertura hacia la diferencia.
Fundador y presidente del Nexus Instituut (Instituto Nexus) en Tilburg, Países Bajos, Rob Riemen, como un caballero del medioevo, que luchaba hasta con sus últimas fuerzas para los ideales en los cuales creía, ha entregado su vida al servicio de recordarnos el valor fundamental de la cultura para la formación de nuestro carácter, para la comprensión de nuestra condición humana. Difícil misión, en tiempos en los cuales, la cultura sufre la amenanza de ser aniquilada. Pero Riemen, armándose con la eseñanza de su maestro espiritual, Thomas Mann –el último representante genuino de la tradición humanista, como lo describe George Steiner- va al campo de batalla para luchar contra la politización de la cultura, de la educación, para salvarlas del utilitarismo y del fascismo que, enmascarado en múltiples formas, amenza otra vez a Europa y la cultura Occidental. La mejor arma de Riemen: el diálogo, la expesión más fiel del humanismo y no la imposición de posturas. Aprendió este arte de otro maestro suyo: Sócrates, por eso está convencido que donde no hay diálogo y conversación es imposible la libertad.
Por lo mismo, el Instituto creado por él, se quiere un espacio para el diálogo y no extraña que por ahí pasen sólo aquellos intelectuales que comprenden el valor de un debate que empieza y acaba con la libertad. Las aulas de este Instituto han sido abiertas desde 1992 a varias personalidades; para mencionar algunas: J. M. Coetze, Jürgen Habermas, Susan Sontag, Daniel Barenboim, Roger Scruton, Gorge Steiner, Milan Kundera, Mario Vargas Llosa, etc., todos ellos defensores del humanismo, de la cultura. Entendemos de entrada el valioso trabajo de Riemen. Sin embargo, éste no acaba aquí. Riemen se destaca también como autor de artículos y de los libros: “Nobleza del espíritu. Un idea olvidada”, traducido en varios idiomas y el “Eterno retorno del fascismo”.
Enfocaré mi discurso en relación a su escrito “Nobleza del espíritu”, ya que a mí modo de enteder el libro de Riemen es un intento desesperado, en el buen sentido de la palabra, de mantener la última llama de la cultura encendida como la luz esperazandora ante el oscuro esfuerzo politizado de borrar aquello que alguna vez se llamaba “alta culura”, accesible a todos aquellos que deseaban abrazar la formación para ennoblecer el espíritu.
Es una invitación a recordar y a recuperar aquello que los sistemas políticos y económicos han borrado con tanta crueldad: el sentido de la educación que no debería ser uno pragmático y utilitario, sino uno que forma el espíritu para la búsqueda de la Verdad, la Belleza y la Bondad. El subtítulo del libro es relevante: Una idea olvidada y no extraña, ya que el valor de la memoria está en su capacidad de recordar. Los griegos nos enseñaron que el alma tiene su memoria y es nuestro deber mantener viva y dar continuidad a esta memoria del alma.
Su libro nace ante ciertos acontecimientos, ante muchas inquietudes, pero también ante el deseo de recordar el sentido de la nobleza del espíritu así como Walt Whitman y Thomas Mann trataron de resumir en la idea “del arte de ser hombre”. No són los únicos en recordarnos esta misión: desde Sócrates hasta Goethe; desde Goethe hasta nuestros tiempos, los buscadores de la verdad han comprendio que el sentido de la búsqueda es el cultivo del espíritu. Por lo cual Riemen no hace más que recordarnos el valor del de vivir una vida con sentido cuando asumimos la más hermosa tarea que cada uno de nosotros debería tener la obligación de llevar a cabo: formar el carácter.
Desde el punto de vista del estilo, el libro en sí es fiel a la escritura ensayística; un juego libre de ideas serias que el autor las teje entre el recuerdo y la fantasía, pero siempre con la lucidez sobre la situación de nuestro tiempo. De hecho el libro parte de un diálogo real que tuvo lugar en el New York de nuestros tiempos, con más precisión en el New York de 2001, después de la terrible tragedia por la cual paso esta ciudad. Es un diálogo con Elisabeth Mann, la hija del famoso escritor Thomas Mann, y su amigo Joseph Goodman, un personaje peculiar pero que “hereda” a Riemen la misión de escribir sobre la propuesta olvidada de Walt Withman de la Nobleza del espíritu. Partiendo de aquí el libro se vuelve un diálogo imaginario de tal manera que Thomas Mann, Sócrates, Camus, Nietzsche etc., son sólo algunos de los “personajes” de este intrigante diálogo.
El libro nos ofreces varios acercamientos para la comprensión: el tema de la cultura o la crítica a nuestra sociedad, el tema de la civilización o el tema de la educación. Pero al momento de leer este diálogo y tratar de comprender las posturas de los “personajes”, una idea me empieza a obsesionar. Entiendo que el libro es un panorama realista –a pesar de ser un diálogo imaginario- de nuestra sociedad y a la vez es el intento de una llamada a la recuperación de la “nobleza del espíritu” (del humanismo). Para poder recuperar, para poder recordar, Riemen considera que uno debe estar preparado para enfrentar la barbarie (violencia, mentira, poder), sin embargo, es el trabajo del intelectual, del humanista tomar la responsabilidad de esta preparación. Por lo que me da la impresión que la figura central, tanto como objeto de crítica, como para resaltar su valor, es la figura del intelectual, cuya misión, afirma Riemen, es: “lograr hacer ver al grán público que las mentiras son mentiras y que el poder y la fama no son capaces de elevar a verdad una falacia” (p.123).
El autor es consciente que todas estas ideas para la sociedad en la cual vivimos son, desafortunadamente, anacrónicas. Hoy “cultivar el espíritu”, se reduce, en general, a una grata satisfacción del ego moral. Pensamos que si estudiamos una carrera o nos honramos con un titulo universitario o si defendemos ciertas posturas y corrientes artísticas o filosóficas somos humanistas y “depositarios de la cultura” y de la “verdad”. Precisamente es este engaño el que resalta Riemen, ya que en una sociedad donde “time is money”, la idea de tiempo se pervierte en un instrumento mercadológico o un instrumento que debe brindar al hombre “diversión”, de tal manera que el trabajo del intelectual se empieza a pervertir para satisfacer las exigencias de este tiempo instrumentalizado.
Me agrada la sútil, pero firme, crítica de Riemen al intelectual que ha perdido completamente su dignidad, entregando su labor a un sistema que le ofrece el consuelo del elitismo. Es decir, en nuestros tiempos, en una sociedad uniformizada, nivelada como diría Kierkegaard, en la cual el cultivo del espíritu en el ámbito de la educación es precisamente una idea olvidada, el “nuevo” intelectual se toma un papel moralizante y elitista. No está dispuesto al diálogo porque él “tiene” la verdad y su verdad es la que vale. Pero Riemen nos deja claro que un verdadero hombre que busca la verdad, un verdadero humanista, o el auténtico intelectual, no puede ser elitista porque traicionaría toda una tradición reflejada en la idea de “nobleza del espíritu”, en la idea de búsqueda y de formación continua del carácter. Afirma: “ser elitista como intelectual está mal ya que no es democrático” (p. 124) y como bien decía Thomas Mann “ser elitista significa volverse politizado. O, el espíritu no puede ser politizado”.
Creo que aquí debo explicar: la “alta cultura” (reflejada en libros, música, pintura, arte en general) no tiene nada que ver con el “elistismo y el snobismo”. La cultura pertenece a aquel que decide dedicar tiempo, vida, y libertad a la comprensión de nuestra condición humana; es decir, pertenece a aquel que abre su corazón hacia nuevos horizontes de comprensión y está dispuesto siempre al diálogo, al encuentro y no a la impostura. El mensaje es simple: la “cultura” no pertenece a un “grupo especializado o politizado”. Porque de este último deriva el “elistismo”. Sólo para dar el ejemplo más común: ¡Hitler era un “elistista”! y conocemos todos las consecuencias de este elitismo. Por eso, donde se trata de elistismo, de todo tipo (cultural, político, religioso, etc.) no hay libertad. Pero tampoco la cultura pertenece a aquel que no hace nada, que no se esfuerza por su propria formación. Cultivar el espíritu parte de una decisión singular y existencial y significa un esfuerzo asumido que dura toda la vida.
La politización en todas sus formas, inclusive religiosa, representa la aniquilación del espíritu; es la traición de sí mismo del propio intelectual. Por eso considero que Riemen nos transmite el mensaje más provocativo, que es el mensaje mismo de Thomas Mann: “el intelectual debe guardar siempre su independencia” (p.125).
No es fácil estar dispuestos a aceptar este mensaje cuando en calidad de profesores de humanidades, investigadores o estudiantes nos enfrentamos cada día al peligro de la politización -término traducido en la facilidad de acobijarse tras un sistema educativo, tras un sistema político o burocrático- que con su seductora protección nos hacen renunciar a toda una vocación. Como bien dice Riemen, el intelectual que se vuelve politizado “no tiene ojos más que para el interés social” (p. 125). No cabe duda que uno que tiene la tarea de enseñar humanidades, al leer el libro de Rob Riemen, supongo que tiene, a la vez, la obligación de cuestionar su trabajo y su enseñanza y tiene la obligación de la auto-crítica. Pero el así llamado intelectual de nuestros tiempos, o mejor dicho el pseudo-intelectual, no tiene la disposición de la crítica; para este intelectual, la verdad es su verdad y su trabajo es de humillar al otro, porque no está al alcance de esta “verdad” que defiende. Por eso hoy en día la palabra “discípulo” está a punto de desaparecer. Antes los intelectuales formaban una escuela, una tradición y heredaban toda su enseñanza a aquellos alumnos que querían aprender; formaban grupos para dialogar. Hoy en día el intelectual, como bien observa Riemen, es “el ideologo, el pensador de izquierda o el pensador de derecha” (p. 126). Así el “intelectual” no deja de satisfacer, a como de lugar, su ego moral ya que para él, como diría Dostoyevski: ¡“todo está permitido”!
Con este tipo de intelectual claro que la cultura corre el peligro de ser aniquilada y no extraña que la enseñanza humanista se vuelva una enseñanza politizada de aquello que el intelectual considera “politicamente correcto”. Espanta la idea, que todavía hoy se practica, de la censura dictada por el “intelectual politizado”.
Para Riemen esta postura e imposición, no es la vía para recuperar la nobleza de espíritu que tiene que ver con nuestra dignidad como seres humanos y con nuestra propia condición. La formación no se logra mediante la prohibición y la imposición, sino mediante la libertad y el diálogo que son las únicas vías para apropiarnos algo del misterio de la verdad. Sin libertad y sin conversación toda una tradición humanista se ve amenazada con desaparecer.
Por lo que el mensaje de Riemen se dirije a nosotros, a mí y a ti, a los que tienen en las manos la enseñanza de las humanidades: la misión del que enseña humanidades; es decir, la misión del verdadero intelectual es aquella de recuperar la “nobleza del espíritu” pero para esto, se necesita, como dice el autor: “ser valiente”. De nada sirve pretender enseñar si esta enseñanza no persigue este ideal; de nada sirve la enseñanza si la finalidad de esta es la mera utilidad. Afirma Riemen: “sin libertad de pensamiento y de expresión, sin derecho a pensar de otra manera, a ser distinto y a discrepar, todos los demás valores se hallan idefensos” (p. 128).
Entendemos porque Riemen ve en Thomas Mann un ejemplo cuando habla de “la nobleza del espíritu”. Seguramente si no hemos leído a Thomas Mann, al menos hemos escuchado de su escrito “La montaña magica” o del “Doctor Fausto”, pero pocos sabemos la vivencia de Thomas Mann, un hombre que también ha cometido el error de pensar que un partido político podía mantener a salvo la cultura. Su error fue el error de varios intelectuales de la primera mitad del siglo XX: podemos nombrar a un Heidegger o a un Emil Cioran etc. Aún así Riemen elige a Thomas Mann no sólo porque es el fiel continuador al ideal de la Bildung (que remite a la formación del carácter para llegar a ser mejor persona mediante la cultura), sino que es un hombre que ha tenido que aprender de su propio error: su reto fue enfrentarse, como intelectual, a su propio engaño. Pero es precisamente esta capacidad de Mann de enfrentarse con el engaño, que lo puso en el camino de la verdad. Lo que salvo a Thomas Mann es el hecho de que, a pesar de todo, “se ha mantenido fiel a la humanidad” (p. 48). Cuando Thomas Mann se da cuenta que enzalzar el nacionalismo o servir a un ídolo, y no a la verdad, no es el modo de salvar la cultura, se aleja lo más posible de la “politización del espíritu”. Toma conciencia de que “el pensamiento político no es capaz de resolver las grandes dudas existenciales. Unicamente la cultura, la ética, la religión y el arte nos pueden indicar el camino a seguir cuando éstas no sirven a ninguna ideología” (p. 51). Como resultado de todas estas reflexiones y conclusiones está su escrito “Consideraciones de un apolítico”, su manifiesto que muestra la renuncia “a su ingenua confianza en la política conservadora y nacionalista como guardiana del mundo de sus ideas” (p. 57). Como afirma Rob Riemen, es un escrito que a pesar de tener el aire conservador que defiende los valores humanos, es un escrito para el beneficio del futuro. Su inquietud más fuerte era “si la cultura perduraría para siempre o será un mero episodio de nuestra historia”.
Riemen recuerda que en la Alemania del tiempo de Thomas Mann se manifestaba un odio cada vez más intenso hacia la cultura. Decepcionado, describía la sociedad de aquel momento como “una verdadera idólatra de la técnica, donde la política muchas veces es grotesca, donde el fanatismo se erige en el principio de salvación”; sin embargo, es doloroso reconocer que estas palabras pueden muy bien ser actuales. Thomas Mann asumió el reto de luchar hasta el final de sus días para defender la humanidad y sus valores. Como intelectual ¡cumplió con su misión!
El reto que nos propone Rob Riemen es para nosotros. ¿Qué hacer en una sociedad donde las palabras con las cuales Thomas Mann describe la sociedad del Tercer Reich, son todavía validas? ¿Qué hacer ante la amenza de la continua idolatria a la politización?
Ernesto Sábato nos hablaba de la resistencia como la única manera de enfrentar los retos de nuestros tiempos. Rob Riemen, en el último capítulo de su libro, propone la valentía. Pero en el fondo los dos nos transmiten el mismo mensaje porque resistir es un acto de valentía. No haré aquí un analísis del capítulo, pero se vale enfatizar el mensaje de Riemen: que el hombre entregado a la búsqueda de la verdad, debe tener la valentía de ser sí mismo. Este mensaje es el mismo de Sócrates. Del modo más simple Sócrates nos dejó la enseñanza más compleja: para ser sí mismo hay que dejar todo atrás, inclusive la familia; desapegarse de todo y partir a la búsqueda de la verdad con valentía. El precio de este atrevimiento es la vida misma ya que, el que entrega su vida a esta búsqueda, dice Riemen, en boca de Platón dirgiéndose a Sócrates, ¡no será perdonado! Afirma: “no te perdonarán Sócrates. No te perdonarán que taches de ignorancia la sabiduría de la que ellos se jactan tanto” (p. 147). Pero como afirma Riemen: ¿a qué se debe toda esta envidia? Se debe al hecho de que al elegir vivir la vida desde la libertad, al elegir ponerse en este díficil camino de la búsqueda de la verdad, al elegir hacer de la vida recta una cuestión esencial siguiendo el principo ético fundamental de Sócrates que es mejor “sufrir una injusticia que hacerla”; digo el que elige tratar de vivir para la nobleza del espíritu, siempre será culpable porque su simple presencia siempre recordará a los demás no sólo la ignorancia, sino la mentira en la cual sucumben cada día, al elegir vivir sus vidas engañándose.
El mensaje es más que relevante: el que elige el camino de la búsqueda de la verdad, será siempre culpable por algo que no hizo. Pero aquí empieza la valentía, porque “valentía es atreverse ser sabio; es la incondicional fidelidad a la búsqueda de la verdad” (p. 150); es atreverse a ser sí mismo, como diría Kierkegaard.
El final del libro es dolorosamente realista, a pesar de ser plasmado por la ficción, y remite a la Leyenda del Gran Inquisidor descrita por Dostoievski en su libro “Los hermanos Karamazov”. A pesar de la ficción del diálogo, el caso es real. Se trata de un intelectual Leone Ginzburg que decide entregar su vida a la cultura y a la enseñanza de la misma. Cuando los nazis lo hacen prisioniero, en 1943, desde la cárcel escribe una carta a su esposa Natalia. La carta acaba con dos palabras que lo dice todo: “se valiente”. No era nada más un mensaje, sino que en estas dos palabras se resumía la vida y la creencia de Ginzburg como intelectual. Ahora está en la prisón, bajo la crueldad de la tortura y el dolor. Pero es precisamente en la vivencia de este dolor que lo visita un compañero suyo de la universidad. Éste llegó para recordarle que no ha sido perdonado: “Nosotros jamás se lo perdonaremos”. “-¿Quiénes son ‘nosotros’ y qué es lo que no ‘perdonarán’? – pregunta Ginzburg. -Nosotros somos gente que comprendemos que la máxima sabiduría de la vida radica en adaptarse, y lo que no le perdonamos es que usted se niegue a aceptar esa verdad”.
No continuaré con describir el diálogo pero es terrorífica la verdad que hace en él: si no te adaptas, si no te nivelas como diría Kierkegaard, y si no haces todo lo que los demás hacen, nunca serás perdonado. Aquí las palabras de Camus, citadas por Riemen, encuentran su sentido: “A veces odio mi época. No soy un idealista y no son esas realidades, por abyectas y crueles que sean, lo que odio. Son las mentiras en que se revuelcan” (p.128).
Ante la mentira, ante la adaptación, ante un mundo cada vez más enajenado, Riemen nos recuerda la valentía como salvación. Queda al alcance de nuestra conciencia si eligimos vivir masificados, politizados, o partir en la búsqueda del más bello ideal del humanismo: la nobleza del espíritu.
Fuentes citadas:
Rob Riemen: Nobleza del espíritu. Una idea olvidada. Tr. Goedele de Sterck. 1ª edición. México: Ed. Pértiga/UNAM-CONACULTA, 2008.
Rob Riemen: Fé, ética y verdad en el siglo XXI, en Letras libres. Febrero 2009, Año XI, No. 122, México.